
La Huida
Atravesó de nuevo el pasillo pintado de humedad. Estaba angustiada. Caminó ligeramente hacia la entrada. Cuando llegó a la recepción se encontró con un espectáculo repulsivo, la vigiladora estaba durmiendo despiadadamente sobre su silla. Sus ronquidos producían un eco maléfico en el lugar. Con el radio entre sus manos y su boca abierta y ensalivada como una grotesca bella durmiente que pacientemente espera el beso de un príncipe. Josefina fingió toser, para despabilarla. No tuvo suerte. Por un momento pensó en sacar las llaves del bolsillo de la guardia, volver al pabellón dos, sacar a Silvio y escapar por las narices de la vigiladora. La idea no era tan descabellada. Tocó el hombro de la uniformada, otra vez sin suerte. Entonces lo apretó un poco más y lo sacudió. La mujer dió un salto y pegó un alarido aterrador.
-¿Que haces? ¿Estas loca piba?
-Disculpe, es que intenté varias formas de despertarla y esta fue la que encajaba más en su situación, créame.
La vigiladora la miró frunciendo el seño.
-Necesito saber cuando es el horario de visitas para poder volver, por favor.
-El horario de visitas es a las tres de la tarde.
-Gracias, ¿le puedo hacer una pregunta?
-Claro
-¿Recuerda cuando perdió el amor por su trabajo?
-¿Vos me estas cargando flaca?
-No se enoje, guarde sus energías cuando la despierte un doctor de aquí o en el peor de los casos un interno- Josefina sonrió amistosamente.
-¿Que querés nena? estoy haciendo doble turno, hace cuarenta horas que no me acuesto en una cama, todo sea por ganar un poco mas de guita, además no creo que me pesquen, acá no viene ni el loro, menos de noche, el único doctor que tiene esta pocilga viene al mediodía, firma algunas cosas y se va un rato después de que se vayan las visitas, así están las cosas.
-¿Y si hay algún problema dentro de los pabellones?
-Les tiro una bolsa de chupetines.
-...
-Se calman con eso... te agradecería que lo que te cuento no saliera de acá, te cuento esto porque tenes cara de buena piba y me entendés-
Josefina echó un vistazo a su credencial.
-No se preocupe vigiladora Solís, soy una tumba, la veo mañana a las tres y otra vez disculpeme por arruinar su siesta, que tenga una buena noche.
-Nos vemos piba...
Pegó media vuelta y enfiló hacia la puerta. La guardia de seguridad quedó pensativa.
La idea loca de irrumpir en el manicomio y llevarse a Silvio iba creciendo cada vez mas en su mente. Caminaba por la vereda y meditaba la situación, si era correcto o no hacerlo. En Frías seguro ya la estaban buscando y la situación se podía agravar bastante si don Zaqueo se entera que ella sacó tres mil pesos de la caja fuerte de la familia. No había vuelta atrás, incluso el hecho de meterse en un hospital y llevarse a un paciente parecía el mas menor de los delitos.
Al cabo de unas cuadras la decisión estaba tomada. Volvería al hospital cerca de la medianoche. Primero tendría que hacer tiempo. Como si Dios estuviera al tanto de su aventura, se topó con la fachada de un pequeño hotel. Entró y pidió una habitación. Cerró la puerta con llave y tiró el bolso con sus cosas y el dinero sobre la modesta cama de madera.
-Tres mil pesos... lo suficiente para empezar una nueva vida... eso creo- murmuró.
Durante cuatro horas estubo diagramando los pormenores del plan, aspectos positivos y negativos, practicamente no se dejo detalles librados al azar.
A las once y cuarenta de la noche salió decidida hacia el nosocomio. Caminaba rápido, casi corriendo. Estaba al filo del peligro, pero ella se sentía como nunca. La adrenalina la recorría entera como un tren bala japonés. Sujetaba con fuerza su bolso, lo llevaba sobre el pecho. Afortunadamente no se topó con ningún obstáculo en el camino.
Llegó hasta la fachada del nosocomio. Sin dudarlo se trepó a la reja oxidada y vieja y pasó para el otro lado. Caminó por el oscuro jardín del patio de la entrada. Fingió no escuchar a una lechuza que le chistó cuando pasaba sobre su cabeza. Gateando, sigilosamente se acercó hacia la puerta de vidrio, hechó un vistazo a la recepción y tal como planeaba, la vigiladora estaba durmiendo plácidamente. Con el radio entre sus manos y la boca abierta como la garganta del diablo. Lógicamente la puerta estaba cerrada, entonces fue hacia el costado del edificio y se metió por el ventiluz de uno de los baños. Su cuerpo delgado no tuvo problemas en pasar. Para no hacer ruido se sacó los zapatos y los puso en su bolso. Localizó el pabellón donde habían encerrado a Silvio y despacio se dirigió hacia la recepción. Unos cuantos pasos antes de llegar ya se empezaba el atronador sonido del ronquido de la guardia. Josefina la miró atentamente. Podía cantar Kilómetro 11 o bailar un baile tap tap delante de la robusta mujer y nada interrumpiría sus sueños. Sin problemas tomó las llaves que estaban sobre la mesa y con prisa fue hacia el pabellón número dos. La puerta no tenía vidrio así que desconocía la escena con la que se iba a encontrar. Antes de venir pasó por un quiosco y compró una gran bolsa de chupetines siguiendo recordando lo que había confesado la vigiladora, por si las dudas. Hizo girar las llaves y abrió la puerta.
Se encontró con un panorama bastante tranquilo. Los once internos estaban viendo la televisión donde Marcelo Tinelli los hipnotizaba con sus alaridos y Silvio estaba sentado sobre su cama. Lentamente se acercó hacia el. Cuando el muchacho la divisó ella se puso el dedo sobre el labio pidiéndole que no haga ruido. Se abrazaron.
-Silvio, nos tenemos que ir ya
-Pp pero vamos a estar en grandes problemas!.
-No seas pajuerano, toma mi mano y trata de hacer el menor ruido posible.
Antes de salir, Josefina dejó la bolsa de chupetines en el suelo y cerro con cuidado la puerta. Devolvió las llaves a recepción y salieron por el ventiluz del baño.
-Tratemos de salir de aquí y busquemos un lugar para dormir esta noche.
-Por mas que te esfuerces ella no podrá escucharte infeliz! gritó el joven.
-¿Con quien hablas Silvio? ¿Que te pasa?
-Oh, eeeh, es una larga historia, te explico en el camino.
Continuará