20090730

Semper Fidelis IX

9. La noche del 25 de Mayo

Fue un día muy agitado para Silvio. Venia ya de una noche de angustiante vigilia, con una lamparita de 100v ardiendole en la cara, (logró que Gladys le deje la luz prendida), pensamientos suicidas, aullidos terroríficos del clan ovejero alemán desde afuera, fugaces sueños cargados de pánico, que terminaban con susurros fantasmales en su oído, en latín, en alemán y otros dialectos indescifrables, que seguia oyendo, aún unos segundos después de abrir los ojos. Esposado sobre los costados de la cama. El horror en su estado mas puro.
Ya entrada la mañana, Gladys llegó. Abrió energicamente la puerta, apagó la luz, abrió la ventana. Los potentes rayos del sol no lograban cambiar el pálido rostro inerte del joven. La señora abrió el antiguo ropero del cuarto. Sacó un viejo pero solemne traje militar. Liberó a Silvio y lo uniformó para la ocasión.
-Te puse el traje de tu padre, ahora vamos a entonar el himno nacional en este majestuoso día- Estaba agitada y por momentos bufaba.
Subió a tope el volumen del tocadiscos y puso la púa sobre el vinilo. El himno estalló. Imponente.
-Ooid Mortaaales el griito sagraado...-
Al ver que Silvio permanecia inmóvil y lleno de pánico, saco de su bolsillo una aguja de tejer y pinchó al joven en un hombro. No le quedo otra alternativa que cantar.
-Oh jureemos por gloria a morir...
-Viva la Patria!- Gritó la señora, realmente eufórica, agitando un puño cerrado hacia arriba.
Luego siguió la habitual rutina de sexo. Aunque esta vez bastante breve. Para el alivio del muchacho, la cópula duró poco mas de media hora. Hacia el mediodía, comieron un abundante almuerzo provisto de locro y empanadas preparado por Gladys. Le siguieron, anécdotas sobre su marido y vino tinto patero, en la sobremesa patriótica.
-Mamá bebió un poquito de mas, y necesita irse a descansar- Dijo, musitándole al oído.
Le esposó una pierna sobre la mesa de luz y Silvio se sentó sobre un Puf al lado de la cama. Ella se fue por el pasillo a su habitación, entre eructos y flatulencias. El también había bebido bastante de aquel Santa Filomena patero, y lo relajó bastante. Se durmió. Al fin logró tener un descanso decente.
Y no despertó hasta cuando Gladys cerró la ventana. Eran casi ya las once de la noche. Al parecer Gladys también había tenido un abultado descanso. Se le había hecho un poco tarde. Colocó a Silvio sobre el lecho del cuarto, esposó sus pies, puzo en su regazo una bandeja con unas cuantas empanadas frías y un jugo de naranja y le dijo.
-Perdona que no te acompañe en la cena, a mamita se le hace tarde para ir a trabajar- Y le dio un húmedo beso en la frente.
-No hay problema Gladys, podrías dejar encendida la luz del cuarto?
-Si, tesoro- Dijo la mujer y se fue dando un portazo.
Comenzó a engullir las empanadas. Cuando estaba por morder la tercera, vio algo que lo hizo perder totalmente el apetito. Una especie de nube verde había abierto violentamente la puerta del viejo ropero y velozmente se había metido debajo de la cama. Se horrorizó. Desesperadamente empezó a sacudirse sobre el catre, jalando impacientemente sus pies, queriéndose escapar de ahí. Solo logró correr unos centímetros la cama.
-No hace falta hacer tanto escándalo camarada! Dijo una extraña voz desde abajo.
-Padre nuestro que estas en el cielo...-El muchacho comenzo a orar, sus labios le temblaban.
-Ja ja ja, realmente esto me supera, creo que debo presentarme- dijo la voz.
Un pequeño ser, de unos treinta centímetros, subió y se sentó sobre la mesa de luz y lo miraba sonriéndole, mofándose de el.
Interrumpió la plegaria, quedó mudo, helado.
La criatura era de un color entre verde y marrón. Su rostro era como el de un anciano, con una barba tupida, ojos deformes, grandes orejas, solamente vestía un pantalón rojo corto.
Pese a que lo intentó. No pudo articular ni una sílaba. Solamente quedo mirando, anonadado al pequeño sujeto.
-Buenas noches Silvio, me presento, me llamo Semper y soy un Gobling
-... Que es un gobling? como sabes mi nombre?
-No tengo ganas de contarte la historia de los goblings así que te digo soy un duende. que es casi lo mismo.
-Hace bastante tiempo que, mediante conjuros mágicos, he estado intentando traspasar los planos de existencia para que me puedas ver, y hoy por fin lo logré- Dijo la criatura dando un salto hacia arriba del ropero.
-No entiendo... de donde venís? Dijo Silvio, confundido.
-De donde vengo no es importante, si no a donde vamos Silvio!
-...Que?
-Te estoy diciendo que tenes la oportunidad de liberarte de esta patética prisión!-Gritó el gobling.
-Por favor! Te lo suplico, liberame ya!
-Todo a su debido tiempo, además necesito contar con tu ayuda también, los goblings cuando hacemos un favor, siempre pedimos algo a cambio-
-Que queres de mi, te doy cualquier cosa, dinero no tengo mucho-
-Quiero que me acerques a algo muy cercano a vos- Murmuró la criatura.
-No hay problema, por favor libérame de este camastro infernal! Gritó el joven, empezando a sollozar.
-Aún no, no es conveniente en este momento y a esta hora- Y del bolsillo sacó una pipa y la encendió.
-Por que no es conveniente? vámonos ya- Dijo gritando, las lágrimas brotaban de sus ojos.
-No seas bujarrón, infeliz- Gritó el duende, enfadado.
Salto arriba de la cama, sobre Silvio, y con una increíble rapidez le propinó una ardiente bofetada en la cara.
-Te voy a pedir otro favor, no quiero volver a presenciar otra muestra de esta pésima mariconeada, porque hago entrar a los perros de la gorda Gladys, para que te acompañen en tus noches- Dijo el diminuto ser. Le dio un par de pitadas a la pipa, y tiró el humo sobre la cara del joven. El humo olía a podrido.
-Esta bien, esta bien, no lo vuelvo a hacer!- Exclamo el muchacho asqueado por el hedor.
-Mañana a la misma ahora, me hago presente y te digo como vamos a llevar a cabo el plan.-Dijo, embocando hacia el viejo ropero.
Silvio permaneció callado.
-Otra cosa, ni una palabra de esto a la bolsa de excremento dueña de esta pocilga- El pequeño monstruo se estaba yendo, sin dejar de dar pitadas a la olorosa pipa.
-Porque?, ella no sabe nada que vivís aca?
-Mirá Silvio, yo no desconfio de tu inteligencia, pero me parece que sos medio pelotudo- Se metió en el ropero, pegando un portazo.
-Espera!, esperá no te vallas!- Grito Silvio.
El pequeño monstruo saco la cabeza y le dijo
-Ahora me tengo que ir a darme un baño, se me ha impregnado tu hedor de infeliz, nos vemos mañana.
Silvio quedó mirando hacia el techo toda la noche. Se rezó de memoria dos Rosarios.

Continúa.....

20090726

Precaución




Un hombre, de noche, camina por la calle rumbo a su casa. Delante de él, a unos veinte metros, va caminando un muchacho. Como es invierno y es muy tarde, ya no hay nadie mas en la calle. Los pasos de ambos resuenan en las baldosas. El hombre tiene la impresión de que el muchacho camina con lentitud para poder acercásele y asaltarlo. Adelante, el muchacho siente, cada vez con mas temor, los pasos de alquien que lo está siguiendo. Ambos caminan hacia la esquina en donde se encuentra un patrullero.
Un policía observa a dos personas caminando en forma sospechosa hacia él. Se baja del auto. Los hombres, al verlo, corren para pedirle ayuda. El policía, asustado, sin decir una palabra, saca su arma. Dispara.





Pequeño relato extirpado del libro "Jabalíes domésticos y cerdos salvajes" de César F. Diaz

20090717

Semper Fidelis VIII




8.Pasó un mes desde que fue secuestrado. Silvio mira hacia el techo. Mira las manchas de humedad, luego al póster de Raquel Mancini. Intenta dormirse, pero le es imposible. La nueva e insospechada vida en casa de Gladys, se convirtió en una experiencia terriblemente atosigante. Es indudable el afirmar que la señora llevaba consigo un severo caso de insanía, con agravantes carnales.
Un día normal, en aquel cautiverio del barrio de La Boca, se resumía fácilmente. Temprano a la mañana, Gladys, que venia de trabajar de Perkings, desajustaba las esposas con las que siempre dormía el muchacho. "Te las pongo por seguridad, mamá te quiere, hay tanto maleante suelto por ahí", solía decirle. Luego lo despertaba con calurosos abrazos y besos. Lo arropaba. A decir verdad, lo uniformaba como un marinero, Silvio tenía quince conjuntos iguales en su nuevo armario. Lo hacía parar frente a un altar con un antiguo cuadro retrato. El del retrato era su marido, también uniformado como oficial de la Marina. Don Pascual nunca había vuelto de Malvinas. Entonces hacía sonar un tocadiscos y empezaba el himno nacional argentino, luego la marcha de San Lorenzo y Gladys cantaba eufóricamente y obligaba a Silvio a seguirla en la patriótica entonación.
Seguidamente sentaba al joven en la mesa de la cocina, le ponía una servilleta en el cuello, y le servía el desayuno, por lo general, abundante, deliciosamente generoso. Al cabo de unos dias, Silvio se dió cuenta que era inútil suplicarle que lo dejara ir o decirle que el no era su hijo. Ella era enfermizamente necia, con el detalle de sus ardientes bofetadas, que propinaba si se la contradecía. Entonces se sumergía en una lagrimeante sensación de impotencia que camuflaba con una dramática mueca de resignación. Gladys padecía una especia de esquizofrenia familiar malsana, pero que sin embargo no le impidía llevar una vida normal, trabajaba y tenia un sueldo digno para sus necesidades. Luego del suculento desayuno, el muchacho era nuevamente desprendido de su vestimenta, ella lo tiraba sobre su cama, prendía una vela roja, un sahumerio y lo sometía a maratónicas sexiones de sexo. Algunas llegaban a ser épicas, llegando hasta las dos o tres de la tarde. Cuando ya estaba atiborrada de tanto placer, colocaba a Silvio entre sus senos o entre sus brazos y se disponía a dormir la siesta. Y ella roncaba. Roncaba como ninguna otra. Luego de unos cuantos horribles dias, el joven suplicó llorando, que lo dejase en otra parte de la casa cuando ella durmiera sus también épicas siestas. La señora accedió. Entonces pasaba el resto del día mirando televisión, o armando rompecabezas, o llorando. Era seguro que no iba a escapar, pues no estaba solo. Silvio convivia con tres perros, una anciana pero no menos feroz ovejero aleman y sus dos hijos, ya adultos, que prácticamente odiaban a Silvio, porque estaban celosos del amor que le brindaba Gladys. Estaban detrás de la puerta, que daba hacia el patio de salida, A eso sumémosle que la señora siempre sujetaba las esposas de los pies en algo. Luego Gladys se levantaba, preparaba la cena, comían juntos y hablaban de política. Le hacía escuchar arcaicos discos de Isabel Pantoja y Pimpinela. Volvía a sujetar sus pies a las patas de la cama. Le daba un tierno beso en la frente. Apagaba la luz y se iba a trabajar.
El hijo de Gladys se había ido de la casa, quince años atrás, y jamas dio señales de vida. Ella lo busco por todas partes. Pero jamas se volvió a saber de el. Quizá esta perdida fuese el suceso detonante de su mórbida locura.
Silvio confiaba que sus familiares en Frías, al no tener noticias sobre el en tanto tiempo. Ya habían salido a buscarlo e hicieron la denuncia de su desaparición a la justicia. En Frías sus parientes, si se preocuparon, pero pasado un mes, optan por no ser tan pesimistas y esperan día a día el cartero. Sentados bajo la candente brisa otoñal del pueblo santiagueño.
A pesar de todo su caricaturesco penar, hay algo que hace días no lo deja pegar un ojo. Silvio comenzó a no despertar con el húmedo beso de la sexagenaria, sino un rato antes, cuando siente que le pinchan los pies. Al principio pensó que eran los feroces canes de la caza. Pero cuando despertó estaba la pieza sola y en silencio, con la luz prendida. Luego se volvió a apagar antes que llegase Gladys. Desde entonces empezó a vivir una serie de fenómenos extraños en ese lugar. Luces que prenden y apagan. Cajones que sierran y abren. El trata de ser fuerte. Cierra los ojos y recuerda a Josefina. Recuerda los ojos y los dulces labios de la bella muchacha. Y por fin logra conciliar el sueño. Hasta que un pinchazo en sus pies, lo vuelve a despertar.


Continuará

20090702

PNN

Es domingo a la mañana. Richard se levanta con resaca efervescente. Conversa un largo rato a solas con su evacuatorio blanco. La estadía en el biorsi apacigua, un poco, su pandemónium estomacal.
Abre la heladera, saca una botella de Goliat Lima, le da un par de tragasos. Sin dejar de manducar, toma el control remoto. Prende la televisión. Se sienta en su dilecto sillón de látex. Es la hora de ver rugir motores, carruajes levantando polvareda, las épicas carreras dominicales.
La pantalla muestra un comercial de Jack Lalanne exprimiendo un pomelo en el canal 187. Debe llegar hasta el canal 56, el de turismo carretera, entonces va bajando, cambiando de canal, con una excitación incontenible. El calor de sus manos y la urgencia hacen que las pilas revienten en el interior del control remoto.
La pantalla queda clavada en PNN en español. Richard intenta cambiar de canal, pero es inútil. En el canal de noticias muestran un grupo de monjes shaolines haciendo una coreagrafía del tema Billie Jean de Michael Jackson, en homenaje al rey del pop, recientemente fallecido.
Empieza a darle feroces golpes al control remoto. Al no tener éxito, arroja el pequeño aparato por la ventana. De pronto, escalofriantes crujidos estremecen su estómago. Corre rápidamente hacia el tocador.
-Ahora, Urzula Pindongana nuestra corresponsal en Nueva Zelanda, nos cuenta como se llevan a cabo los homenajes a Michael Jackson en ese pais...- Ruge la Televisión.


Cosme Sigaly